La muerte es una Ley, no una Pena ( Séneca).
En medio de este año 2020, que ya ha pasado a la historia contemporánea por derecho propio, sin haber llegado a su ecuador si quiera, estamos viviendo en primera fila la realidad de la mortandad sobrevenida por un virus letal y muy contagioso. ¿Esto es real o solo una pesadilla?
Pues bien, como el miedo es libre, la prudencia y el deseo de ordenar el destino de nuestros bienes si fallecemos, nos conduce a la idea del testamento, y con ello a la figura del Notario. Pero en estos tiempos de reclusión o peor, de ingreso hospitalario, tal vez no sea posible contar con un Notario. Así que debo recomendar fórmulas alternativas. La más adecuada para el confinamiento es un testamento ológrafo, o sea manuscrito. He visto pocos en mi vida profesional y dan muchos problemas: porque lo que se escriba no se ajuste a las leyes, defectos formales como tachones, tienen riesgo de perderse, caducan como los yogures, falta de capacidad al redactarlo, coacciones… Pero bueno, dicho esto, es mejor que nada… Porque ¿qué pasa si no hay testamento y te mueres? Que se aplica la ley, cuyo contenido no suele gustar a nadie, sea porque deja muy poco al cónyuge, sea por no prever recompensa al hijo que la merezca, entre otras razones. Entonces, decididos a escribir un testamento ológrafo, la primera idea clara es que no puede ser verbal ni grabado con el teléfono. Necesitamos coger boli y papel, poner fecha, hora y lugar. Te identificas y redactas tu voluntad a mano y lo firmas. Mejor la firma como la del DNI. No hacer tachones ni añadidos entre líneas, si los hay, debemos validarlos antes de la firma, diciendo por ejemplo vale lo que sea. Ayuda haber redactado y firmado el papel en presencia de testigos –que no sean los beneficiarios-, algo difícil de conseguir seguramente. Ya tenemos el documento, cuya existencia y conservación podemos confiar a alguien, lo que en principio resulta más practico que guardar secreto total, salvo que esa persona muera antes o no resulte tan confiable como pensábamos… Si por desgracia fallecemos, el testamento caduca a los cinco años, pues antes de ese plazo hay que llevarlo al Notario y demostrar que es auténtico. Si el final es que el testador sobrevive a la pandemia, lo mejor es ir con el testamento al Notario y firmar un testamento notarial sustituyendo el escrito a mano y destruirlo.
Y si la situación es peor, me refiero a estar ingresado en un Hospital, entonces cabe acudir al testamento ante 3 testigos, salvo los catalanes, cuya regulación no lo permite. No pueden ser testigos los familiares beneficiarios del testamento, por tanto habitualmente serán sanitarios que se presten a ello. Si el enfermo no puede escribir, cabe que diga su última voluntad en voz alta. Aconsejo grabar el momento con un teléfono por ejemplo. El testamento caduca a los dos meses de cesar la epidemia si sobrevive, o a los tres meses de haber fallecido en ella si antes no es presentado a un Notario para que lo declare cierto.
En fin, como se puede apreciar, son soluciones de emergencia para tiempos difíciles…